Archivo mensual: octubre 2016

«La invención de la naturaleza», de Andrea Wulf

«El Nuevo Mundo de Alexander von Humboldt»

La invención de la naturaleza revela la extraordinaria vida del visionario naturalista alemán Alexander von Humboldt y cómo creó una nueva forma de entender la naturaleza.
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Cubierta de: La invención de la naturaleza

Humboldt fue un intrépido explorador y el científico más famoso de su época. Su agitada vida estuvo repleta de aventuras y descubrimientos: escaló los volcanes más altos del mundo, remó por el Orinoco y recorrió Siberia en plena epidemia de ántrax.
Capaz de percibir la naturaleza como una fuerza global interconectada, Humboldt descubrió similitudes entre distintas zonas climáticas de todo el mundo y previó el peligro de un cambio climático provocado por el hombre.
Convirtió la observación científica en narrativa poética, y sus escritos inspiraron no sólo a naturalistas y escritores como Darwin, Wordsworth y Goethe, sino también a políticos como Jefferson o Simón Bolívar. Además, fueron las ideas de Humboldt las que llevaron a John Muir a perseverar en sus teorías y a Thoreau a escribir Walden. Andrea Wulf rastrea la influencia de Humboldt en las grandes mentes de su tiempo, en ámbitos como la revolución, la teoría de la evolución, la ecología, la conservación, el arte o la literatura.

Andrea Wulf, autora de La invención de la naturaleza, explica en el prólogo las razones que le llevaron a profundizar en tan relevante personaje, olvidado hoy fuera del mundo académico a pesar ser una de las figuras que más reconocimientos acumularon en vida y en las décadas que siguieron a su muerte. No sólo el nombre de varios minerales, como la humboldtina, le rinden tributo, sino que hasta la Luna lo recuerda con su Mar de Humboldt. En Estados Unidos, cuatro condados y trece ciudades llevan su nombre, así como diversas montañas, cabos y bahías. En el reino natural, casi 300 plantas y más de 100 animales lo llevan también, y su preeminencia se expande en la sierra Humboldt de México o el pico Humboldt de Venezuela. Sin embargo, sus ideas “son ya tan obvias que nos hemos olvidado en buena parte del hombre que las forjó”, lamenta Wulf.
Es esa actualidad de Humboldt lo que ha motivado a la autora a adentrarse en esta prolija y entretenida investigación, más allá de la indudable relevancia de esta figura.
Humboldt nació en Berlín, entonces reino de Prusia, en 1769 (y falleció en la misma ciudad en 1859), y Wulf destaca en el prólogo que, “aunque sus libros siguen acumulando polvo en las bibliotecas”, los ecologistas y los escritores que abordan temáticas de naturaleza se basan siempre en su visión, aunque la mayoría lo haga sin saberlo.

«Humboldt se convirtió sin saberlo en el padre del movimiento ecologista»

Una de sus ideas más difundidas sería la de la «íntima correlación» entre todos los aspectos de la naturaleza, lo que lo convierte en el primer ecologista, por delante de Henry David Thoreau. En el lago Valencia, Venezuela, sintió la revelación, al ver cómo los cultivadores europeos habían destrozado los bosques americanos, del efecto pernicioso del hombre en la naturaleza. «Con la descripción de cómo la humanidad estaba cambiando el clima, Humboldt se convirtió sin saberlo en el padre del movimiento ecologista», sostiene Wulf.
Su carácter pionero, unido a su dedicación en cuerpo y alma a la ciencia y la naturaleza, así como la infinidad de descubrimientos que hizo, lo convierten en un personaje de permanente interés. Sobre todo, por cuanto de observador profundo y poético tuvo, más allá del lado empírico de sus investigaciones. «Lo que se dirige al alma se escapa a nuestras mediciones», solía decir.
Porque, a pesar de que siempre medía y documentaba, también tenía una mirada poética ante la belleza del mundo y hablaba de los rápidos del Orinoco como si hubiera «un río hecho de bruma suspendido en su lecho». Ningún científico había hablado así antes de la naturaleza, señala la autora.
También fue un pionero en amar y acercarse a la naturaleza más allá de la tradicional perspectiva antropocéntrica que dominaba desde las teorías de Aristóteles. Y de verla no como un conjunto armonioso creado por un Dios, sino como un sistema en permanente lucha, con unas leyes que el ser humano tenía que comprender. De lo contrario, avisó, ese mismo ser humano «tenía el poder de destruir el entorno, y las consecuencias serían catastróficas».

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Alexander von Humboldt, pintado por Joseph Stieler, 1843

En el año 1796 muere su madre. No parecía haber impedimento alguno para su aventura, el viaje expedicionario con el que tanto fantaseaba Humboldt. En busca de naciones que le permitieran acceder a sus territorios de ultramar, Francia e Inglaterra, envueltos cada uno en sus particulares conflictos internos y externos, no lo ponían fácil.
Cansado de negociar, Humboldt se traslada a Madrid a finales de 1798. Así, en mayo de 1799, consigue, tras una serie de gestiones y contactos en la Corte, que Carlos IV le dé un pasaporte para viajar a las colonias de Sudamérica y Filipinas, cosa que sorprendió a los propios españoles. «Nunca antes se había concedido tanta libertad a un extranjero para explorar sus tierras», señala Andrea Wulf. En junio de 1799, Humboldt y su compañero de expedición Aimé Bonpland zarpan desde La Coruña a bordo de la fragata Pizarro. La aventura no había hecho sino empezar.
«Corremos de un lado a otro como locos». Así mostraba Humboldt, por carta, el entusiasmo que sentía en esos primeros días en Cumaná, Venezuela. En compañía del naturalista francés Aimé Bonpland (1773-1858), se sumergió en un universo nuevo y lleno de atractivos para ambos: cangrejos azules y amarillos, palmeras de flores rojas, flamencos, mariposas, monos y mil plantas por catalogar…
Bonpland creyó que iban a «enloquecer si no acababan pronto las maravillas». Sin embargo, el objetivo no era tanto hacer un inventario de las nuevas especies, sino recoger la «impresión global». Humboldt se muestra no ya como un entomólogo obsesionado por recolectar tal o cual hoja salvaje, sino como alguien interesado en «recopilar ideas» y en descubrir la conexión entre los elementos de la naturaleza.

En 1804, Humboldt llega a París desde Estados Unidos tras su periplo de cinco años en Sudamérica y es recibido como un héroe. Volvía con las manos llenas: baúles abarrotados de cuadernos con anotaciones sobre el terreno, cientos de dibujos y de apuntes astronómicos, geológicos y meteorológicos. Más de 60.000 ejemplares de plantas y 6.000 especies, de las que 2.000 eran nuevas para los botánicos europeos. Teniendo en cuenta que hasta entonces no se conocían más de 6.000 especies, la cifra era realmente asombrosa.

La influencia de Humboldt ha sido, es y será extraordinaria a todos los niveles, desde lo político hasta el ecologismo. No quiero contar más, quiero que compren el libro o lo pidan en su biblioteca más cercana pues leerlo es un placer.
Andrea Wulf ha conseguido con un gran rigor científico un libro que se lee como una novela de aventuras.

El libro se complementa con fotografías en blanco y negro y color con sus correspondientes créditos; Nota sobre las publicaciones de Humboldt; Fuentes y bibliografía y un completo índice analítico.

Lee y disfruta de un fragmento del libro.

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Andrea Wulf

La autora:
Andrea Wulf nació en India en 1972, se mudó a Alemania de niña y hoy vive en Londres, donde da clases de Historia del Diseño en el Royal College of Art. Es autora de libros como The Brother Gardeners y Founding Gardeners. The Revolutionary Generation, Nature, and the Shaping of the American Nation, aclamado por la crítica. Ha colaborado con The New York Times, el LA Times, el Wall Street Journal, el Sunday Times y el Guardian, entre otros medios. Ha dado conferencias en lugares como la Royal Geographical Society, la Royal Society de Londres, la American Philosophical Society de Philadelphia y la Biblioteca Pública de Nueva York, entre muchos otros.

El libro:
La invención de la naturaleza. El Nuevo Mundo de Alexander von Humboldt (título original: The Invention of Nature: How Alexander Von Humboldt Revolutionized Our World, 2015) ha sido publicado por la Editorial Taurus en su Colección Memorias y biografías. Traducido del inglés por María Luisa Rodríguez Tapia. Encuadernado en tapa dura con sobrecubierta, tiene 578 páginas.

Cómpralo a través de este enlace con Casa del Libro.

Como complemento pongo un vídeo en inglés, en el que Andrea Wulf habla de su libro.

Para saber más:
http://www.andreawulf.com/   (Web oficial de la autora)
Alexander von Humboldt en Wikipedia.

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Los viajes de Alexander von Humboldt a América (1799-1804)

 

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«La isla del tesoro (Alfaguara Clásicos)», de Robert L. Stevenson

Lo recomiendo para jóvenes a partir de 10 años
Descubre esta maravillosa edición ilustrada de La isla del tesoro, la mítica novela que hizo de las aventuras de piratas todo un género literario

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Cubierta de: La isla del tesoro

Tenemos que agradecer a la Editorial Alfaguara que haya publicado esta edición especial para jóvenes en tapa dura y aun muy buen precio. Os recuerdo que en el mes de noviembre de 2014 publiqué una reseña de una edición muy especial que prologaba Fernando Savater y con ilustraciones a color de Jordi Vila Delclòs.
La edición que os presento hoy es menos pretenciosa. Tiene también un prólogo, de Albert Espinosa Puig y las ilustraciones son de Pepe Medina. Lo importante es que es una edición fantástica que disfrutarán tanto los hijos como los padres.

Pero vamos a hacer un poco de historia. Publicada originalmente por entregas en la revista infantil Young Folks, entre 1881 y 1882 con el título de The Sea Cook, or Treasure Island, fue definitivamente publicada en libro en el año 1883. Stevenson tenía 30 años cuando comenzó a escribir La isla del tesoro, su primer éxito como novelista. Los quince primeros capítulos fueron escritos en Braemar, en las Tierras Altas escocesas, en 1881. Era un verano tardío, frío y lluvioso y Stevenson estaba con cinco miembros de su familia de vacaciones en una casita en el campo. El pasatiempo de aquellos días era escribir una historia entre todos, pasando el manuscrito de uno a otro, en bloques de quince minutos. El joven Lloyd Osbourne, hijastro de Stevenson, tenía entonces 12 años, y pasaba los días lluviosos pintando con acuarelas. Para cuando la historia llegó a manos de Lloyd, los personajes estaban en una isla desierta. Días después dibujó un barco hundido cerca de una isla inventada. Recordando esos momentos, Lloyd escribiría:

“…con mi nueva caja de acuarelas intenté hacer un mapa de la isla que había dibujado. Stevenson entró cuando yo lo terminaba y mostrando ese amable interés por todo que yo hacía, se apoyó sobre mi hombro, y pronto se puso a construir el mapa y darle un nombre. ¡Nunca olvidaré la emoción al ver la Isla del Esqueleto, la Colina del Catalejo, ni la emoción que sentó en mi corazón con las tres Cruces Rojas! ¡Pero la emoción fue aún mayor cuando escribió las palabras “La isla del tesoro” en la esquina superior derecha! No tardó en demostrar grandes conocimientos sobre la isla y sus habitanteslos piratas, el tesoro enterrado, o el hombre que había sido abandonado en la isla. “Oh, es como para hacer una historia sobre ello”, exclamó. “Sí, que cuente quién enterró el tesoro, o por qué se llama la Isla del Esqueleto”, respondí en un paraíso de encanto…”

Al día siguiente de que Lloyd dibujase el mapa, Stevenson había escrito el primer capítulo. Se convirtió en la rutina diaria el que Stevenson escribiese por la mañana un nuevo capítulo y lo leyese en voz alta a su familia, que le hacía sugerencias. Lloyd, por ejemplo, insistió en que no hubiera mujeres en la historia. El padre de Stevenson se divertía como un niño con la historia y pasó un día escribiendo el contenido exacto del cofre marino de Billy Bones, que Stevenson adoptaría palabra por palabra. Fue también su padre quien sugirió la escena donde Jim Hawkins se oculta en el barril de manzanas. Dos semanas más tarde, un amigo, el doctor Alexander Japp, llevó los primeros capítulos al editor de la revista Young Folks, que se mostró de acuerdo con publicar un capítulo semanal. Stevenson escribiría un capítulo al día durante quince días, pero llegado cierto momento comenzaron a faltarle las palabras.
Cuando el otoño llegó a Escocia, los Stevenson dejan sus vacaciones de verano y regresan a Londres. Stevenson tenía un problema crónico en los bronquios. Preocupado por el plazo de entrega viajó en octubre a Davos, Suiza, donde la interrupción del trabajo y el aire limpio de montaña obran maravillas. Ya recuperado, fue capaz de seguir a razón de un capítulo por día y pronto termina la historia.

“Quince hombres tras el cofre del muerto…
¡oh, oh, oh, y una botella de ron!
La bebida y el diablo se llevaron el resto
¡oh, oh, oh, y una botella de ron!”
[Pág. 211]

El protagonista de este magnífico libro es un niño, Jim Hawkins. Su emocionante aventura comienza el día en que un viejo marinero, el pirata Billy Bones,  con la cara marcada por un sablazo llega a la posada de su padre. El cofre que transporta el desconocido pirata contiene un extraño mapa que Jim descubrirá por casualidad. A partir de este momento, nuestro joven protagonista emprenderá un arriesgado viaje en busca del tesoro del temido capitán Flint. Perseguido por los enemigos de Bones, Hawkins abandona la posada familiar y se embarca en la mayor aventura de su vida, oculto como polizón en un barco en el que se prepara un motín. Para salir vivo, Jim tendrá que enfrentarse al carismático pirata Long John Silver, que también va tras el tesoro del legendario capitán Flint. Un clásico de la literatura de aventuras, La isla del tesoro es la historia de piratas por excelencia.

«Clásicos inolvidables para disfrutar, compartir y dejar volar la imaginación.»

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Robert Louis Stevenson

El autor:
Robert L. Stevenson nació el 13 de noviembre de 1850 en Edimburgo (Escocia). Su afición por excelencia era viajar, aunque no gozaba de buena salud. Se casó con Fanny Osbourne y fue precisamente el hijo de esta, Lloyd, quien inspiraría La isla del Tesoro. Antes de llegar a constituirse en novela, fue un relato oral con el que pasaba el tiempo al lado de Lloyd. La obra se publicó en 1883; tres años más tarde publicó El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Inició con su mujer una travesía en barco, su gran pasión, llegando en 1980 a Apia (Samoa), donde levantó una casa de estilo polinesio y convivió con los nativos, que le llamaban Tusitala (el que cuenta cuentos). Allí comenzó sus relatos sobre los mares del Sur, con títulos como Bajamar o Secuestrado. Varias de sus novelas continúan siendo muy famosas y algunas de ellas han sido varias veces llevadas al cine del siglo XX, en parte adaptadas para niños. Fue importante también su obra ensayística, breve pero decisiva en lo que se refiere a la estructura de la moderna novela de peripecias. Fue muy apreciado en su tiempo y siguió siéndolo después de su muerte. Tuvo continuidad en autores comoJoseph Conrad, Graham Greene, G. K. Chesterton, H. G. Wells, y en los argentinos Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges. Falleció en 1894 en Vailima (Samoa).

El libro:
La isla del tesoro (Alfaguara Clásicos) (título original: Treasure Island, 1883) ha sido publicado por el Sello Alfaguara en su Colección Alfaguara Clásicos. Con prólogo de Albert Espinosa y traducción del inglés de Jordi Beltrán. Encuadernado en tapa dura, tiene 323 páginas.

Cómpralo a través de este enlace con Casa del Libro.

Como complemento pongo el vídeo de la magnífica película “La isla del tesoro”. Espero que la disfrutéis.

Para saber más:
http://en.wikipedia.org/wiki/Robert_Louis_Stevenson

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