Archivo diario: 2 agosto, 2021

«Los Diez Escalones», de Fernando J. Múñez (con entrevista al autor)

«…Fanáticos del dogma y del castigo… No hay peor enfermedad en el ser humano que el fanatismo. Se infecta de unos a otros robando la plenitud de la vida a la vida…»

MaudyReseña escrita por Maudy Ventosa.

Fernando J. Múñez, conocido en todo el mundo por el éxito logrado por su anterior novela La cocinera de Castamar, acaba de publicar su última obra que, sin duda, está destinada a cosechar idénticos resultados: Los diez escalones, publicado por Editorial Planeta.

Cubierta de 'Los Diez Escalones'

Cubierta de ‘Los Diez Escalones’

Con un lenguaje muy culto, preciso, refinado y utilizando vocablos de la época, unido a una excelente redacción, el autor nos sumerge en la sencilla –aparentemente-vida monacal– de la abadía de Urbión, sometido a la regla de la Orden del Cister –escindida de la Orden de Cluny por la acumulación de riquezas y la intervención en política–. Estamos en el S. XIII, en el universo de un cenobio en el que figuras tonsuradas, cual sombras de amplias túnicas con capucha y negros escapularios, caminan con sosiego en largas filas, de dos en dos, cuando son llamadas a la oración, vuelven a sus celdas o se dirigen al comedor. Es un lugar donde la oración y el silencio imperan por los extensos pasillos de arcadas; con un claustro que ahora, a nuestro protagonista, le parece más pequeño, en el que abundan bestias infernales y coros angélicos entre las sombras grabadas de los capiteles que de niño le producían terror; columnas pareadas… donde figuras retorcidas de lenguas sinuosas y rostros pétreos parecen mirar desde todos los ángulos… con portones de tachones de acero… Las descripciones de Fernando son tan detalladas y magníficas que te cuelas en el claustro, o en las dependencias de los monjes y, como no, en los scriptotia donde trabajan rubicatores, scriptores, miniatores o el aglutinator. Realizan uno de los trabajos más importantes de la cristiandad, porque son los encargados de preservar el saber de la humanidad en los pergaminos hechos de pieles de corderos, cabras y terneros.7

El protagonista es el cardenal obispo de la curia papal, Alvar León de Lara, que es llamado por su maestro a la abadía de Urbión, en la que se había criado cuando su padre, siguiendo el decreto ancestral que marcaba la tradición, decidió entregarlo a la Iglesia, sin que este joven rebelde sintiera la llamada del Altísimo. Siente que vuelve a su hogar, que ahora es el lugar más doloroso de la tierra porque la añoranza y los recuerdos se ceban en su ánimo. Ya no es el mismo adolescente curioso, su ingenuidad de entonces se había transformado en una ira escrutadora; sus sentimientos se habían refugiado tras el escudo de la razón y el conocimiento y su alma se había pertrechado para soportar las maldades del camino…Don Rafael, su querido maestro afirma de él que es un hombre que confía más en la razón que en la fe, aunque le cueste admitirlo… Es un hombre brillante, equilibrado y con una inteligencia sobresaliente. Va a encontrarse con un pasado que siempre regresa para pedir cuentas, con unos hermanos fanáticos que han olvidado el amor incondicional de Cristo, que no dudan en asesinar fríamente para salvar sus prejuicios y las ideas que alguien pretende cuestionar. Y con la mujer que amó, que afirma que Dios hizo el mundo para los hombres…()… Se nos prohibió el deseo, pues encarnaba la tentación; se nos prohibieron las ideas, porque eso era aspirar a más de lo que podíamos; se nos prohibió ser fuertes, pues para eso estaba el hombre…

Le envuelve un ambiente fantasmal que no presagia nada bueno, con esos frailes encapuchados que observan silenciosos bajo un cielo plomizo, rodeado de una niebla que lo envuelve todo y frío, mucho frío que se cuela por los recovecos del convento y hiela hasta los huesos.

Intransigencia, dolor, fanatismo, miedo, superstición… y la búsqueda de un libro que puede acabar con el poder de una Iglesia que se ha transformado en una institución demasiado dogmática, jerarquizada y empoderada… Alvar está seguro de que Dios no se reconocía en aquella Iglesia, ni en las insignias ni en los ornatos…

Acabo la reseña con una entrevista al autor, al que doy las gracias por contestar a mis preguntas, que se que no siempre son fáciles. Ahí van:

Maudy.-Tanto ayer como hoy… ¿Acaso puede la defensa de la religión, cualquiera que esta sea, justificar la destrucción de la vida humana?
Fernando.-Por supuesto que no. Cuando uno defiende las creencias religiosas con fanatismo, ya no está defendiendo unas determinadas creencias sino imponiendo su visión sobre las mismas. Esto es una de las cuestiones importantes que se ponen de relieve en Los diez escalones. Uno debe sostener las ideas y no al revés; cuando estos idearios totalitarios parasitan dentro de los seres humanos, estos se sienten atacados en cuando se contraría a estos dogmas. Por eso un padre es capaz de matar a su hija por mantener una idea determinada de la honra y sentir esta mancillada. Lamentablemente, esto sucedía en el medievo y también sucede hoy en día.

M.- ¿El temor a no estar en posesión de la verdad, a no tener razón, aboca a intentar acallar, a destruir cualquier intento de razonamiento de los que apelan al entendimiento y a la sensatez? No solamente en lo referente a la religión… ¿y en cualquier tipo de relación humana? ¿La intolerancia destruye al adversario?
F.– El temor de no tener razón no necesariamente concluye en una necesidad de imponerse, pues se puede reaccionar de muchas formas ante el miedo. Pero sin duda es un mal consejero en este tipo de discusiones, sobre todo si es un terror primordial, porque atenta contra la esencia misma de las creencias. La destrucción de las ideas del otro, no solo tiene su base en el miedo, sino también en la necesidad que tenemos de mantener en orden el constructo de la realidad que nos hemos generado, y con ello el control y, en el caso de la novela, el poder. En Los diez escalones, para algunos hay una constante necesidad de proteger ciertas realidades, ciertos paradigmas que de caer dejarían sin sentido su vida. Ese vacío vital es el abismo, es el caos en el que supuestamente devendría todo su mundo y harán todo lo posible por mantener su posición. Por eso se cae en la intolerancia, y es aquí donde Alvar, mi protagonista, marca la diferencia, pues frente a esta se eleva como un baluarte inamovible, como pensador crítico y empático. Calla ante lo que no conoce, si habla de lo que conoce mantiene la duda razonable de que puede estar equivocado, y sabe que para aprender hay que declararse ignorante. Por eso, aunque es falible como todos los seres humanos, sus errores no provienen de conclusiones irracionales. Aquellos que rechazan a otros llevados por el rechazo al color de piel, al lugar de nacimiento, a la tendencia sexual del otro, al género con el que se identifica otro, a las ideas políticas o religiosas que mantiene otro, etc., tienen el denominador común de no tener una base racional real.

M.- ¿El ardor, extremo, de un buen cristiano provoca la falta de crítica y dificulta el avance del conocimiento?
F.- Tendríamos que definir en qué sentido dices ardor. Alvar es un cristiano fervoroso, cree en la figura de Jesús, en su obra, en sus enseñanzas, pero simplemente extrae unas conclusiones diferentes de la mayoría y esto le hace actuar en otro sentido. Se niega a aceptar las ideas preestablecidas en su tiempo sin un escrutinio de su razón. En Los diez escalones, no se pone en cuestión la fe que alguien profesa a una religión, ni la intensidad con la que lo hace, ni las creencias religiosas; lo que se pone en cuestión es la incapacidad para aceptar otras verdades contrastadas porque contrarían las que uno tiene. Uno puede afirmar tanto como quiera que la Tierra no es redonda, que nuestro planeta no orbita en torno al Sol o que Dios creó el mundo en siete días, pero esto simplemente no es cierto. Y no lo es porque lo sostenga, sino porque hay datos observables, físicos, químicos, lógico-matemáticos que nos dicen que esto no es verdad.

M.- ¿Han aprendido los hombres a amar a las mujeres? ¿Ha aprendido la Iglesia a amar a las mujeres?
F.- No, al menos no todos. Solo tenemos que ver las mujeres muertas a manos de sus parejas al cabo del año. En Los diez escalones, Isabel es una mujer que se siente abandonada por toda la sociedad: por Alvar, por su padre, que la casa con Sancho, su marido maltratador que la considera parte de sus posesiones y riquezas, incluso, por la Iglesia, pues nadie podía intervenir en el binomio marido-mujer una vez que se había celebrado el casamiento. Ella es precisamente el vértice que recibe todos estos sentimientos, el amor de Alvar, el de su padre, el desprecio de Sancho, el abandono de la Iglesia y el amor de Dios, que es su único refugio.

Isabel pone de relieve que los hombres hemos sido un estamento privilegiado en todos los sentidos respecto a la mujer y hemos dado por hecho estos derechos como algo connatural a nuestro sexo. De nuevo lo irracional aflora, lo ilógico se impone. Se ha determinado que por poseer el varón una fuerza física más elevada de forma general, lo es en todo lo demás y esto es una falsedad. En general provenimos de una sociedad machista que toma poco a poco conciencia de que lo es, gracias a que mujeres valientes como mi personaje, Isabel, nos lo han mostrado.

La Iglesia católica es un constructo de los “hombres” y por lo tanto es susceptible de mejora y de crítica. No deja de ser una institución jerarquizada, donde las mujeres no pueden ejercer como sacerdotisas. A mi juicio es un retraso, pero esto no es una crítica original mía. Se lanza desde fuera como desde dentro de la Iglesia (mira el eminente teólogo Hans Khun en «Ser cristiano»).

M.- ¿Sigue la Iglesia alejada de las primeras comunidades cristianas?
F.- Pues solo depende de donde mires. Las primeras comunidades cristianas eran muy pequeñas y compararlas con el artefacto descomunal que es la Iglesia hoy en día, es como comparar, salvando las distancias, al Microsoft que empezó en un garaje con el gigante actual. La novela de Los diez escalones pone sobre el tapete esta cuestión. Para Alvar, el mensaje primitivo de Jesús es tan poderoso que ha cruzado más de mil años hasta él y, a pesar de todas las posibles interpretaciones o malinterpretaciones, su contenido «Amaos los unos a los otros como yo os he amado y a Dios por encima de todas las cosas» es indestructible. Ciertamente no sé cómo sería el mundo si todos lo siguiéramos. Por eso Alvar sigue siendo un hombre de la Iglesia, como lo es Mario, su adjutor, o Isabel. Todos tienen como modelo ese Jesús primitivo. Por eso para ser verdaderamente críticos con la Iglesia de hoy debemos ver si el espíritu que alimentaba aquellas primeras comunidades está en los sacerdotes de hoy, en qué medida está o si brilla por su ausencia. Pensar que todos los sacerdotes en la actualidad no tienen como guía este modelo podría no ser justo. Entiendo que una gran mayoría debe intentarlo.

M.- ¿Se debe confiar más en la razón que en la fe? Afirmas que el camino a la sabiduría solo puede recorrerse partiendo de la duda…
F.– Personalmente, y hablo por mí, creo que la razón y la fe tienen espacios diferentes porque pertenecen a dimensiones diferentes del ser humano. Alvar tiene algo de esto y así se lo trata de enseñar a Mario. Como hombre del medievo tiene que vivir con esas contradicciones que ahora a nosotros nos pueden resultar más evidentes, pero aun así es un hombre que sigue los dictados de la razón y su escrutinio y deja la fe a Dios y los rezos para esa dimensión sagrada y religiosa del hombre.

Las creencias religiosas han estado presentes en la explicación del mundo como un flotador al que se agarraba nuestra ignorancia. Cuando los grandes pensadores o científicos no podían explicar algo, se recurría a Dios para poder completar el modelo. Por eso a medida que la ciencia avanzaba en el conocimiento de nuestra realidad, parecía que Dios estaba más alejado. De ahí que se le llame el «Dios de los huecos». El mundo que nos rodea, en el que hemos nacido y evolucionado como especie, el universo donde nos encontramos tiene unas leyes determinadas que poco a poco hemos ido desentrañando gracias a la duda, a la investigación que esta provoca, a la curiosidad innata de nuestra especie. Aun así, a día de hoy todavía existen intentos por explicar la creación del universo desde el otro lado, desde más allá del Big-Bang. Personalmente creo que la fe no tiene cabida en la ciencia, pues por mucha fe que se tenga en Dios, esto no va a permitir que encontremos la cura contra el cáncer o conocer la materia oscura, y si hay alguna intervención azarosa por Su parte no la conoceremos experimentalmente. Las creencias religiosas no conjugan bien con la ley de la gravedad o el principio de indeterminación de Heinsenberg.

El problema es que, si Dios existe, para que sea Dios tiene que tener poder sobre toda materia, poder para intervenir el mundo por medio de la providencia, debe estar más allá del tiempo y el espacio que gobierna; o, si no, no es Dios. Pero lo cierto es que no hay rastro empírico de Él. Tal vez, y lo digo a modo de juego, deberíamos plantearnos una analogía sencilla: ¿si fuéramos personajes dentro de un videojuego, podríamos encontrar al programador?

Para mí, Dios y la fe forman parte de la dimensión transcendental del hombre. Hablan de lo que no está aquí, sino allí, de una esfera moral, escatológica y en mi opinión completamente alejada del mundo físico. Por eso tiene sentido la fe, la creencia en ese otro plano diferente. Y es aquí donde cada uno debe ser libre de creer en Dios, si lo necesita, si así le dicta su conciencia o su sentir más primordial.

M.- ¿Siempre pierden los inocentes… los buenos?
F.- No siempre, pero ya se sabe que el mundo no es justo. Si tomamos a Mario como ejemplo, posiblemente el más inocente de todos los personajes de Los diez escalones, se ve enseguida que es un personaje que ha estado protegido por el abad, que nunca ha salido de la abadía y que confía en la bondad de las personas. Uno se da cuenta que toda su ingenuidad, toda la bondad de su espíritu, no deja de ser un estado ilusorio de la vida porque, alejado de las durezas del mundo, concibe este como una realidad semejante a la de la abadía donde ha vivido. Lamentablemente esa inocencia, como en los niños, se transforma a medida que uno se abre al mundo y Mario no es una excepción. No es que pierda la bondad natural de su alma, pero se vuelve más cauto, menos ingenuo. Él termina aceptando que el mundo en el que ha vivido, esa abadía pacífica, ese retiro espiritual en comunidad, se ha transformado y le ha transformado. Mario no sabe que sufrirá esta transformación y el riesgo que conlleva ese cambio pues uno puede perder toda su inocencia y mutarla en sentimientos más oscuros. A diferencia de Mario, Alvar sí que conoce este riesgo y por eso en varias ocasiones de la novela hace referencia al precio que tendrán que pagar al embarcarse en esta aventura peligrosa, pues no solo está en juego su vida sino su alma.

M.- ¿Cuáles son los pecados que siguen acechando hoy día a los hombres y que no han cambiado en siete siglos?
F.- Hay muchos. A día de hoy, seguimos empeñados en no ver que las ideas promueven comportamientos peligrosos. En cierta forma el racismo, la xenofobia, el machismo… son ideas que se han expresado desde el principio de los tiempos, no solo desde hace siete siglos. Está en nuestra mano aprender a pensar “bien”, con lógica, de forma más pausada y más segura para no elaborar conclusiones rápidas de todo lo que acontece. Nadie está exento de elaborar prejuicios, de verse arrastrado por estas ideas totalitarias e irracionales. Esta es una de las grandes lecciones que Alvar le ofrece a Mario, el saber dudar, la necesidad de investigar y de utilizar la empatía hacia nuestros congéneres.

M.-La ambientación de la novela es excelente y cuidada. Supongo que detrás hay un arduo trabajo de investigación, ¿en qué fuentes te has basado?
F.- Lo hay, en el sentido de que para escribir sobre una época uno tiene que bucear en ella para poder traducir a los lectores aquel mundo, aquellos códigos. La historia es un océano muy amplio, incluso sobre ciertos hechos del pasado se generan controversias entre los especialistas. En este sentido, para mí la novela debe estar bien documentada, pero no hasta el punto de entorpecer la ficción. Yo estoy más en la literatura que en la historia, por eso siempre hablo de novela de «ficción» histórica, para que los lectores comprendan que mi interés está en contar lo que acontece a unos personajes en una determinada época. Por eso incluso, aunque no es lo deseado, si excepcionalmente tengo que tomar ciertas licencias o hacer pequeñas transgresiones históricas para que la narración se comprenda mejor, lo hago.

Como podéis comprobar, la novela no se queda en la superficie; bucea en lo más profundo del ser humano con respeto, pero posicionándose. Los personajes están muy bien perfilados y muestran perfectamente, cada uno, las ideas que defienden.

PERSONAJES:

  • Alvar, hijo de Ramón Rodrigo León de Lara, es cardenal obispo de la curia papal. No le agradaba viajar, sino conversar sobre teología y filosofía en la biblioteca. Su padre, Ramón Rodrigo León de Lara, ricohombre de la corte del rey Alfonso X, cumplió la tradición de entregar el segundo hijo a la Iglesia, a la tutela del abad Rafael Abelardo cuando tenía doce años. No suele hablar de sus sentimientos porque le hacen vulnerable. Erudito en cuestiones de teología, filosofía y la fe en general. Posee una razón ingobernable.
  • Rafael Abelardo, Abad de Urbión, cerca de Burgos, es su antiguo maestro. Más un padre que un tutor. Huele a madera noble y a pergamino viejo. Tiene el alma llena de bondad y firmeza a partes iguales. Posee inteligencia y mesura inigualables; sabiduría, candidez y ternura.
  • Leandro de Lerma, es el prior, el segundo en importancia tras el abad. De carácter soberbio; enjuto, de ojos hundidos y nariz aguileña. Obsesionado por el orden. Desconfiado. En el pasado, tenía fama de ambicioso y buen cillerero, administrando ágilmente los excedentes de grano, las obras y el tesoro de la abadía.
  • Mario, el oblato, es un joven ingenuo que solo ha conocido la paz, la dedicación y el estudio. Inquieto y curioso. Pulcro. Don Rafael era como un padre, un guía espiritual y un modelo para él. Lo había educado para servir con diligencia y cumplir fielmente el ora et labora. Siempre va acompañado de su pequeña flauta.
  • Sancho Osorio, el conde, casado con doña Isabel, es un ser despreciable, con un rostro ancho y anguloso que maltrata a su esposa. Una mala bestia que solo pudo contener un poco don Rafael Abelardo. Desde niño, su padre, don Gerardo Osorio, le había enseñado el horror que supondría enfrentarse a la ira de Dios.
  • Doña Isabel de Guzmán, ahora Osorio. Antes era aguerrida y valerosa, ahora su voz está sepultada por las palizas y los continuos ultrajes de su marido. Antes tenía pasión por los libros de hierbas y curaciones, devoraba una rara copia de los cinco libros de Avicena, el Canon Medicinae o La naturaleza del hombre, de Hipócrates; pero tuvo la mala suerte de ser mujer en los tiempos del imperio de los hombres y de Dios. Es hija de Ricardo de Guzmán, ricohombre y caballero de la Orden de Calatrava.
  • Lucio Ferrante, es el leal capitán que manda la guardia cardenalicia; Luca Giordano, es el segundo de armas, tiene fama de aguerrido y creyente. Lleva los guantes al cinto soportando el frío.
  • Valentín, es el hermano pequeño de Alvar.

Y los hermanos que viven en el cenobio: Mateo, el orondo cocinero; Amancio de Piedrahita, el maestrescuela; Gonzalo Saldaña, lazarillo de Amancio y confesor de doña Isabel; Fausto, el hermano boticario; Bernabé Mazán, el superior; Liborio Adelfo, el sacristán; Damián, el cillerero; Teobaldo, el maestro bibliotecario; Herbasio, el maestro de los novicios; Gilberto de Bujedo, campanero de los conversos que solo tartamudeaba en latín; Andrés, copista durante años… y muchos más que te contarán su historia…

Sinopsis de Los Diez Escalones:
En una época en la que se confundía a Dios con el Diablo, y donde el amor se enjaulaba bajo las leyes de los hombres, diez escalones podían mostrar la diferencia.
Reino de Castilla, 1283 d. C. Alvar León de Lara, cardenal de la curia, vuelve a petición de su antiguo mentor a la abadía que fue su hogar, que abandonó veinte años atrás con el alma rota por un amor imposible. Su maestro desea revelarle algo que cambiará el curso de la cristiandad.

Sin embargo, la llegada de Alvar desencadenará la tragedia: enigmas tras puertas ocultas, crímenes inexplicables, símbolos que conducen a pistas y pistas que conducen a trampas. Un descenso vertiginoso que le enfrentará a la mujer que desgarró su corazón, a la intransigencia de los cobardes, a la lucha por mantenerse entre los vivos y, finalmente, a Los Diez Escalones.

Fernando J. Múñez, autor del bestseller La cocinera de Castamar, nos transporta en esta ocasión a los mundos ocultos del Medievo, donde los personajes se enfrentarán a demonios antiguos que aún perviven entre nosotros: los prejuicios, las ideas irracionales y los dogmas inamovibles.

Fernando J. Múñez con Maudy Ventosa

Fernando J. Múñez con Maudy Ventosa

El autor:
A Fernando J. Múñez (Madrid, 1972) le comenzó el gusto por la escritura desde muy niño. Con catorce años empezó su primera novela, y sus primeros guiones de cine con dieciocho. Tras licenciarse en Filosofía, dirigió sus primeros cortometrajes y completó su formación académica en Cinematografía en Estados Unidos. En 2012 dirigió el largometraje Las nornas, proyectado en el festival de Alicante y la Seminci de Valladolid.
Empezó su carrera literaria en 2002 en el mundo de la literatura infantil y juvenil, donde tiene una amplia trayectoria. En 2019 publicó su primera novela para adultos, La cocinera de Castamar, a la que la sigue, en 2021, Los diez escalones.

El libro:
Los diez escalones ha sido publicado por la Editorial Planeta en su Colección Autores Españoles e Iberoamericanos. Encuadernado en tapa dura con sobrecubierta, tiene 592 Páginas.

Cómpralo a través de este enlace con Casa del Libro.

Como complemento pongo un vídeo en el que Fernando J. Múñez nos habla de Los diez escalones

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Para saber más:
https://www.facebook.com/fernando.munez

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